miércoles, 6 de agosto de 2014

¿Cómo pueden ser los demás cielos del universo?


Entenderá usted que el firmamento de la Tierra, el único que alguna vez verá, es sólo uno de trillones disponibles. Con la misma nave de la imaginación propuesta en las dos generaciones de la serie Cosmos, puede visitar cualquiera de los infinitos mundos de la tela cósmica y posarse sobre su superficie.


¿Es arbitrario recurrir a la palabra "mundos" en lugar de "planetas"? En absoluto. De hecho, es necesario. Si se implementara la segunda, se introduciría una restricción absurda, debido a los 3 requisitos que el mote requiere desde el 2006 (cuando Plutón se “degradó” a planeta enano). Muchos mundos vecinos conocidos han de desplegarse bajo cielos majestuosos. No son precisamente hipotéticos y no deben ser excluidos de la presente ponderación.

  
Esta concepción artística puede dar
pistas de cómo puede lucir un cielo
ubicado en una zona de mayor
concentración estelar
Debido a que este artículo está dirigido a sistemas vivientes que evolucionaron en tierra firme, se tomará como referencia los mundos con superficie sólida. Nótese que puede haber factores que comploten contra la buena observación del cielo, como sería el caso de un ambiente cuya atmósfera sea demasiado densa y/o turbulenta. Esos especímenes no entrarán en la nómina.

Hace más de una década quedó zanjada la cuestión de si el universo contiene mundos fuera del sistema solar. Se daba por hecho que sí, pero faltaban confirmaciones observacionales. Ahora ya son más de mil los registrados. Los números son promisorios: algunas estimaciones establecen un promedio de ocho planetas por estrella.

Comiéncese el paseo por la jurisdicción solar, de la que en definitiva se tiene mayores certezas.

Imagine posarse en cualquiera de las numerosas lunas de Júpiter o Saturno: en el destino que elija tiene a uno de estos gigantes ocupando una buena porción de la esfera celeste, quizá la cuarta parte o inclusive la mitad, según la distancia del satélite en cuestión. Muchos orbitan a su gigante gaseoso a distancias menores a las que separan a la Luna de la Tierra. 

Estas menciones de cielos de comprobada existencia ejemplifican que la inventiva de la realidad supera por mucho a la resultante de la imaginación. De hecho, esa diferencia no es de grado sino de índole.

Para hacer de las dimensiones astrónomicas algo más

Así adornarían el cielo Saturno y su sistema de anillos
si estuvieran a la misma distancia que la Luna
 accesible, Ron Miller, especializado en arte espacial, con numerosas colaboraciones para Nasa y National Geographic, hizo unas ilustraciones con el objetivo de mostrar cómo se verían los demás planetas en el cielo terrestre si estuvieran a la misma distancia que la Luna.

Pero, no hay que entretenerse demasiado: un universo de oportunidades acecha fuera del sistema solar.

Próxima Centauri, la estrella más cercana al sol, es la más pequeña de un sistema estelar triple. Asimismo, está más alejada de los otros dos componentes principales, Centauri A y B. Estos tienen en promedio el mismo alejamiento que el Sol y Saturno. Si hubiera un observador en la pequeña estrella de este trío, vería a cada uno de los componentes principales con magnitudes aparentes del doble que Venus en el crespúsculo.

A quien le seduzcan posibilidades de este estilo, dispone de una regla en favor: más de la mitad de los sistemas estelares estarían compuestos por dos compañeras. Se llaman sistemas binarios

Para extender aún más el horizonte, adviértase 
Nótese la posición periférica del Sol en la Vía Láctea
y la distancia que lo separa del núcleo
(menos de 30.000 años luz)
la 
ubicación del sistema solar en la Vía Láctea: es periférica, por mucho que les pese a los adeptos del estúpido provincianismo humano. Mientras más cerca de su centro, más aglutinadas se encuentran las estrellas, por efecto de la gravedad. Si se pudiera trasladar la Tierra hacia el centro galáctico, conforme se fuera acercando las constelaciones se abarrotarían cada vez más de estrellas.

¿Y qué hay de planetas y lunas residentes en cúmulos estelares? Son aglomeraciones de estrellas y sus versiones más abundantes pueden contener varios millones. En ellos, al igual que en los dominios galácticos, hacia el centro la materia se va apretando: en estas estructuras se han observado estrellas separadas por la miserable distancia de ¡un mes luz! No debe haber muchos cielos más brillantes y plagados de incentivos visuales ¿Podrá existir la noche en esas condiciones?

La forma más luminosa y masiva de estos 

Cúmulo M80: obsérvese cómo se comprime la
separación entre estrellas mientras más
cerca están del centro de masas. Esta pauta
opera en el agrupamiento de éstas en cúmulos
y galaxias, y de éstas en cúmulos y supercúmulos
de galaxias. Esto muestra que, si bien no del todo,
el universo puede ser comprendido
en alguna medida.
amontonamientos, los

cúmulos globulares, son los núcleos de antiguas galaxias que fueron engullidas por otra mayor. Es una buena explicación de por qué son tan masivos en comparación con los demás cúmulos estelares y se encuentran orbitando por fuera las respectivas galaxias que los dominan. Vaya usted a uno de ellos, estimado lector, como podría ser Omega Centauri, y tendrá a la Vía Láctea a punto de precipitarse sobre usted.

La Tierra presenciará una vista parecida a medida que avance el proceso de choque y fusión, actualmente en curso pero de concreción distante (quizá 4 mil millones de años), entre la Vía Láctea junto a su hermana gigante, Andrómeda.

Pareciera ser un lapso en exceso remoto para la humanidad, inclusive con los más generosos pronósticos reservados para ella. Pero, quién sabe.
Si la humanidad sale del camino tormentoso que transita, sus descendientes
o lo que quede presenciarán algo como esto en algunos miles de millones de años.

miércoles, 23 de julio de 2014

La vida maravillosa (parte II)



Luego de la primera entrega introductoria, continúese con el amanecer de los organismos complejos como manifestación de la improbabilidad humana…



Transcurrieron casi 60 años entre el descubrimiento de los fósiles de la Explosión Cámbrica alojados en el yacimiento Burguess Shale (1909) y la correcta interpretación de estas joyas (comienzos de los ´70). Esta dilación se debió a que los organismos encontrados desafiaban al paradigma de aquel entonces.

     El descubridor de la caldera, Charles Doolittle Walcott, era ideal para impulsar el sacudón epistemológico por el prestigio del que gozaba en la paleontología. Su status se robusteció con la invaluable caldera. Poseía simultáneamente el apoyo de la comunidad y el descubrimiento concreto, pero sus creencias no le permitieron ver esas novedosas pautas que proponían una ruptura radical y sin retorno con las concepciones de su época.

Hasta 1970, la marcha oficial de la evolución dictaba que lo primitivo, en todos los momentos, daba pie a mayor complejidad y diversificación. Quién hubiera dicho que la ruta descripta por los phyla (algo así como el diseño anatómico de los animales) fue más bien al contrario, de máxima variedad inicial. Y posterior diezmación.

Cada fósil que no encajaba con los modelos fue sistemáticamente reubicado por Walcott en el dominio de los artrópodos (insectos, arácnidos, crustáceos), acción ulteriormente designada como “calzador de Walcott”.

En favor de su figura, hay algo de justificación en que no
Los famosos trilobites fueron muy
numerosos en esa época
dispuso del tiempo necesario para examinar minuciosamente los ejemplares más reveladores (se encontraba al frente de obligaciones institucionales muy demandantes) y aún no estaban disponibles las técnicas que más contribuyeron en la correcta interpretación de esas anatomías inéditas. De todas formas, no se puede soslayar la limitación ideológica. Walcott encontraba comodidad en la comunidad y el relato oficial que él también impartía.

En los anales de Burguess Shale y los primeros pasos de la vida compleja, los mayores aportes de Walcott fueron localizar sus fósiles, hasta entonces muy esquivos, y ocuparse de recolectar los mejor preservados. No es poco. El trabajo de campo se realizó excelentemente. 

En 1970 tomó el timón el irremediable Harry Whittington junto a un distinguido equipo por él elegido, para hacer una revisión de esos extraños “artrópodos” que aguardaban en cajones como símbolo de una revelación postergada. Serían ellos quienes confeccionarían la valiosa reinterpretación de la fauna de Burguess Shale. Stephen Jay Gould describe a Whittington como un “hombre cauteloso y conservador”. No obstante ello, no esquivó lo que se le revelaría luego. Fue muy mesurado en todo momento hasta la hora de declarar que había especímenes que no respetaban los caracteres clave del buen artrópodo. Él poseía la misma visión lineal de Walcott, pero primó la realidad tal cual se le develaba por sobre la que esperaba que fuera.

Si hace 500 millones de años surgieron todos los planes
El frágil Pikaia: ancestro común
de todo animal con
espina dorsal


estructurales existentes alguna vez, lo mismo le cabe al diseño que contiene al homo sapiens, el phyla de los cordados (véase aquel ser vivo con cuerda dorsal, como una de las salientes características). El primer cordado estimado, Pikaia, produce cierta conmoción: cualquier despistado sin duda conjeturaría que se trata de un gusano, como fue clasificado inicialmente. Pero no, es la inauguración de la estructura que centenares de millones de años después trajo una inconcebible variedad de sistemas vivientes.

Las investigaciones arrojaron que Pikaia, de cinco centímetros de largo, no contaba con ninguna clase de ventaja ni tampoco habría sido muy numeroso, que es uno de los aspectos que podrían facilitar la supervivencia de una especie. Simplemente, no se encontraron elementos para evaluar cómo logró subsistir.

Todo esto le atribuye no ya al humano sino a los mamíferos un halo de improbabilidad difícil de rebatir para cualquier defensor del propósito bienaventurado.

En su etapa moderna, la ciencia se ha visto obligada en numerosas ocasiones a conjeturar que la fortuna opera como un factor más determinante de lo que se prestableció alguna vez. No sonaría alocado que esta faceta se potencie en épocas de una severa crisis global, cuando la selección natural queda suprimida.

Whittington  y su equipo no encontraron ninguna ventaja
Anomalocaris, el terror de los mares del Cámbrico
comparativa en Pikaia en contraste con los demás habitantes del ecosistema. Menos que menos con Anomalocaris, el terror de los mares por aquel entonces: llegó a medir un metro de longitud, cuando la mayor parte de la fauna no rebasaba siquiera los diez centímetros. Como si no si fueran suficientes su tamaño y poderío, tenía una excepcional visión que le permitía cazar en aguas turbias. 

La intuición de nadie está capacitada para enfrentar que animales como Anomalocaris hayan andado este mismo planeta. Pero la contingencia jugó en contra de este coloso mientras fue benevolente con Pikaia. Y es por eso que quien escribe redactó este artículo y usted puede leerlo.

No hay ninguna observación microscópica, geológica, astronómica o cosmológica que dé cuenta de un orden plácido e inmutable, más bien al contrario. Denominar caótico al universo de todas formas sería errado. La sensación de caos puede verse motivada por la propia incapacidad del observador. Sería constructivo además no asociar el orden con la planificación, porque es allí cuando irrumpen los fantasiosos y celestiales padres iracundos, presentes en todas las culturas humanas.

Pese a que se desconoce la abrumadora mayoría de todo lo que existe o existió alguna vez, hay un camino evolutivo susceptible de ser dilucidado en alguna medida (distinguiendo etapas de diversificación, de crisis globales, de posterior recuperación de la biósfera, etc), con una gran cantidad de incidentes que han tomado de imprevisto a las más encumbradas especializaciones biológicas y vitupera toda concepción lineal enamorada del designio.

El balance, atiborrado de variables encontradas y muchas 
La Vía Láctea, nuestra galaxia: ¿cuántos
 caminos evolutivos residirán inmersos en ella?
otras ocultas, desprende que, de entre billones de caminos evolutivos residentes en este universo, probablemente no haya dos que se asemejen.

Pikaia y su endeblez son signo de lo incontenible e imprevisible del potencial que aguarda en cualquier animal que disponga de tiempo para diversificarse. Un dato contundente denota la permanencia del enclenque Pikaia como una influencia aún vigente hoy: son algunos de sus herederos los que gobiernan casi todos los ecosistemas.

La vida maravillosa, de Stephen Jay Gould, expone en gran forma los fenómenos contenidos en esta nota y la anterior. Por fuera del libro, la dinámica misma de la realidad hace del título, más que una sugerencia, una razonable conclusión. El calificativo estriba en contrastes profundos, geológicos y cósmicos.

Por mucho rechazo que suscite, esta perspectiva establece como contingencia concreta que la humanidad sea una de las tantas pruebas evolutivas fallidas. La inicua organización económica actual, si bien aún no es concluyente, puede ser un síntoma de ello. 

Así y todo, el título La vida maravillosa no es más que una afirmación muy bien cimentada, fascinante en tanto cierta.


La fauna del post Explosión Cámbrica



martes, 15 de julio de 2014

La vida maravillosa (parte I)


La idea de la evolución en tanto marcha lineal es completamente falsa. El panorama actual (como todo lo que existe) es producto de un sinnúmero de accidentes sin los cuales el ser humano nunca habría existido. En esta nota se expondrá cómo esta característica se evidencia desde los albores de la vida compleja. 



Detrás de cada escenario hay una secuencia de hechos específicos que dieron un resultado determinado. Descubrimientos científicos conducen a la conjetura de que una cosa en particular es lo que es gracias a sus componentes presentes e históricos. Esta norma puede encender una razonable especulación, explotada en muchas películas de ficción: cámbiese cualquier acontecimiento, no sólo los más influyentes, del derrotero evolutivo (o por qué no de la historia moderna), y la coyuntura habrá de cambiar. Quizá drásticamente.

Sólo a veces (y en el mejor de los casos), algunos episodios de la vida dejaron migajas que permiten considerar la sutil interacción de ecosistemas y formas de vida, situados en pasados remotos.

La experiencia indica que si un desbarajuste, o una serie de ellos, en el medio ambiente sobrepasa cierto límite, puede verse inaugurada una fase global de convulsiones.

Una versión extrema de estos períodos de agitación, geológicamente breves pero devastadores, son conocidos como extinciones masivas. Permanece la meta universal de la supervivencia, pero los índices se exhiben trastornados e implacables. Es un gran contraste en comparación con las "armónicas" extinciones de fondo que presentan las etapas ordinarias.

Estas debacles, bautizadas también como grandes mortandades, son algo así como un estado de sitio de la biósfera que suspende la selección natural tal y como se la conoce. La variada gama de adaptaciones y especializaciones, favorables en el marco en que surgieron, devienen deficientes. Elementos que para el organismo no eran de gran utilidad pueden ser la llave de la salvación. 

Vertiginosamente, la obra de teatro biológica merma de manera profunda. Pero, la vida ha demostrado ser tenaz. Homínida insistirá seguido en este calificativo.



Superada la fragilidad, la biósfera logra tímidamente recuperar su vigorosidad, siempre con nuevos protagonistas. Eso es, a grandes rasgos, lo que sucedió en las cinco extinciones masivas que se han logrado detectar.


El pristerognarthus, un extraño animal
 anterior a los dinosaurios, que convivió
 con ellos y se extinguió  hace 200 millones de años.


No obstante, la destrucción no tiene una sola cara: puede ser también un agente de creación. La última gran crisis fue requisito excluyente para la vigente supremacía del mamífero, que hasta ese entonces no ofrecía más que pequeños insectívoros que sólo podían salir de sus madrigueras bajo el manto de la noche, cuando los gigantes dormían. Estas pequeñas “ratas” no tenían este comportamiento por antojo evolutivo, sino porque debían lidiar con los dinosaurios y sus 160 millones de años de predominio global.

Pese a que continúa el debate sobre los
Purgatorius, antepasado de los mamíferos
factores que intervinieron, hace 65 millones de años comenzó a cambiar el panorama a raíz de una serie de hechos entre los que destaca la colisión de un gran meteorito contra la Tierra. 



A purgatorius, tentativo ancestro común de todos los mamíferos (sí, de usted también, querido lector), no le iba mal antes de ello, pero comenzó a prosperar de una forma superadora en un ambiente en el cual todo animal grande sucumbía (algo común en este tipo de crisis globales).

Vuélvase al presente y apréciese la exuberante variedad de seres vivos: todos son producto de accidentes y no de un desarrollo lineal. No obstante, hay una maquinal resistencia a desechar esto porque favorecía la creencia de que el humano era una instancia inexorable.

Uno de tantos argumentos que refutan la idea de inevitabilidad humana, está magistralmente disponible en La vida maravillosa, del paleontólogo Stephen Jay Gould, donde se narra la crónica de una de las revoluciones intelectuales más grandes y menospreciadas de la historia, una de ésas que reubicó drásticamente la posición que se reservaba para el homo sapiens.



Fuera de su campo, este acontecimiento nunca tuvo ni por asomo la trascendencia que mereció. Y merece, ya que esta ruptura testimonia el protagonismo de la contingencia en el desenvolvimiento de la vida a lo largo de su historia. Y la contingencia es adversaria del propósito, por ende también de casi todas las concepciones místicas que explotan los temores más primitivos, como no ser el centro de todas las cosas.

Columbia Británica, la locación que
 aloja el invaluable yacimiento
El libro encuentra su centro geográfico en Burguess Shale, un yacimiento de una época posteriormente cercana a la Explosión Cámbrica, uno de los capítulos más fascinantes que haya presenciado jamás el planeta. Esta caldera ubicada en Canadá, otrora sumergida en un océano, es la más rica en fósiles invertebrados (los de más improbable conservación). Testifica los tiempos en que brotaron de los océanos todos los planes anatómicos que la vida compleja ostentó alguna vez.

El yacimiento dejó constancia de los aproximadamente cuarenta diseños que existieron alguna vez. Han sobrevivido sólo cuatro hasta hoy, incluido el suyo, lector, y el de quien escribe, que es el de los cordados, definidos principalmente por la presencia de la espina dorsal.

Resumiendo: el pico máximo alcanzado por la diversidad (respecto a estos planes, no a especies) se produjo hace 500 millones de años. La mayoría de esos arquetipos no tardó mucho en desaparecer, situación caracterizada por Gould como “diversificación temprana y posterior diezmación”.

De esta manera, se desplomó lo que en algún momento se denominó como el cono de diversidad creciente, sintetizando el anhelado árbol que describía la evolución en su andar, de lo arcaico a lo complejo. 

Sobre esta misma fase temprana, el paleoantropólogo Richard Leakey comentó que si un hipotético plan estructural “no surgió en ese festival de innovaciones, entonces se condenó a estar ausente por toda la eternidad”.



A la izquierda: el arbitrario y desechado  cono
 de diversidad creciente. A la derecha: el nuevo árbol de la vida,
 convertido, a la luz de las pruebas, en el arbusto de la vida.



Avances de este tipo en el saber debieran gozar de predilección a la hora de la educación institucional del niño. El aprendizaje  será arduo, pero, si es impartido con la didáctica apropiada, la curiosidad del niño hará el resto. Así se emprendería el amable avance, teniendo de cómplice al precioso camino que ha recorrido la vida desde sus orígenes hasta actualidad. Pero el contexto educacional vigente se diferencia negativamente.

Sucesivamente, el paso del tiempo ha traído  relativos progresos al saber popular. No obstante, es miserable en contraste con el bagaje disponible. En la historia moderna a los pueblos se les da, en el más generoso de los casos, lo menos posible.

Un ejemplo de esto es la (causalmente) instalada “marcha del progreso”, que expone una fila de monos que con el paso de los integrantes se van “antropormorfizando” hasta llegar al homo sapiens actual. Saber que "el hombre desciende del mono” podrá ser un adelanto en virtud de lo que se concebía hace aproximadamente un siglo, pero no quita que la imagen y el concepto mismo sean apócrifos. Se está en presencia, una vez más, de una pretensión ideológica.


La caldera de Burguess Shale, embajada de la vida compleja recién amanecida, es uno de los muchos argumentos que conspiran contra “la marcha del progreso”.

Nos encontraremos nuevamente en la segunda y última entrega de La vida maravillosa.



viernes, 11 de julio de 2014

El Big Bang, las Voyager y la eternidad



       En este blog muchos razonamientos partirán del siguiente axioma: que estemos vivos implica forzosamente que el universo cobija la vida; (pero se puede ir más allá) también la inteligencia, con toda su misteriosa variada gama de formas y grados. 

No es menor la lista de lo que antes era inaccesible, o directamente ignorado, y actualmente estudiado. Desde luego es incomparablemente mayor el conjunto de lo que aún se desconoce. Tanto los elementos cognitivos ya incorporados y los que vendrán en posterioridades inciertas, siempre fueron susceptibles de ser aprehendidos, sin importar que fuera condición primera un  desarrollo técnico específico o una ruptura de paradigma. Por más que la coyuntura por algún motivo pudiera obstruir la visión eventualmente, eso estuvo, está y estará ahí. Sabrán disculpar la tautología, pero si existe, existe. A la postre de ciertos hallazgos, el sujeto se ve modificado internamente, dependiendo de su magnitud. Pero fuera de él, conozca o no, el universo acontece. Algunos ejemplos son educadores.

La teoría del Big Bang toma su nombre de lo que sería el primer acontecimiento del universo. No estaría mal decir que fue su nacimiento, más allá de que en los últimos años se esté investigando la posibilidad de múltiples universos paralelos (multiverso). Es lo que habilita todo lo que existió luego, en una brecha de 13.800 millones de años, según el paradigma vigente. Esta teoría cosmológica se ha nutrido y reforzado con numerosos trabajos independientes desde la década de 1920 y que le encontraron solución a ecuaciones de la ya postulada Relatividad General del eminente Albert Einstein. Uno de los principales contribuyentes de la constatación fue Georges Lemaître,sacerdote y astrofísico, un espécimen extinto de la cadena ecológicocognitiva. 
La Radiación de fondo, por el WMAP

Para quien no se encuentre muy abocado a la disciplina le sonaría fascinante representarse la posibilidad de que un evento sucedido hace decenas de miles de millones de años pudiera dejar alguna especie de impronta detectable en el presente. Asómbrese, estimado lector: sucede que es el caso. La radiación cósmica de microondas, además de usted y yo, es un remanente del prístino evento y una de las predicciones comprobadas de la mentada teoría. Se toparon con ellas por error en 1965 Arno Penzias y Robert Woodrow Wilson, dos empleados de los laboratorios Bell, que trabajaban en torno a las comunicaciones satelitales con un poderoso radiómetro. Recibirían el premio Nobel por el involuntario descubrimiento. 

Quizá uno de los aspectos más desquiciantes sea el siguiente: todo individuo que haya captado las típicas interferencias entre dos estaciones de radio o canales de televisión está “escuchando” esa misma radiación, que llena literalmente todo el espacio. Con el correr de los años se han refinado las mediciones y hasta se han podido mapear sus irregulares temperatura y densidad, permitiendo saber más sobre esa información que data de un joven cosmos de tan sólo 300.000 años.

Los síntomas que dan cuenta del Big Bang y la susodicha radiación remanente existen desde antes de poder distinguirlos, claramente.

El ahínco radica en puntualizar que, así como hay hechos cruciales que acontecieron y que, para la propia modelación del homo sapiens, fue perentorio conocerlos, hay otros que aún no y ameritan no sólo dedicación y espíritu crítico sino que se involucren progresivamente más personas hasta que ese mismo avance encuentre a toda la especie inmiscuida en una misma empresa. Por supuesto que esto atenta contra la matriz conocida como capitalismo, que reserva para las masas solamente "cultura del trabajo" y esta forma especial de libertad que se juega en el consumir, motores del embrutecimiento popular.

El siguiente segundo ejemplo pone a la vida en la Tierra en lugar del Big Bang.
Representación de la Heliósfera y su la heliopausa, el límite a partir del cual los vientos engendrados por el astro rey pierden la preponderancia y comienzan a hermanarse con el de las estrellas vecinas
En 1977, un equipo de valiosa sensibilidad liderado por el genial Carl Sagan llevó a cabo el lanzamiento de las sondas espaciales Voyager 1 y 2, primeros y únicos (hasta la fecha) artefactos de destino interestelar. Por primera vez se pudo apreciar realmente de cerca Saturno, Júpiter, las lunas de ambos gigantes y los alejados Urano, Neptuno y Plutón. Se incrementó exponencialmente el entendimiento sobre ellos, por ende también el del sistema solar. Pero, donde la misión terminó, empezó otra que trasciende a la humanidad en el más elevado de los significados: a diferencia de lo que sucede en estas misiones, a las Voyager no se les programó una colisión que les pusiera término sino que simplemente seguirán viaje. Y siguen viaje, nomás. En este momento, a no mucho de que se cumplan cuatro décadas de sus respectivos lanzamientos, recién estarían atravesando los límites del sistema solar, denominado heliopausa. La Voyager 1 se dirige en dirección al centro galáctico y la 2 hacia Sirius, la estrella más brillante del cielo nocturno y una de las más cercanas, a la cual llegaría aproximadamente en 396.000 años. Se pensó que lo incierto de los destinos de las naves ameritaba que fueran equipadas cada una con un disco de oro que en su superficie exhiben representaciones del hombre y la mujer, la posición del sistema solar asociada a los cercanos púlsares (una clase de estrellas compactas que emiten fuertes señales de radio y ofician de boyas cósmicas) y de qué planeta del sistema zarparon. Asimismo estos discos son susceptibles de ser reproducidos: contienen saludos en 55 idiomas, fotos del planeta y sus seres vivos, y música de diversa representatividad (incluye piezas de Bach y Beethoven, Louis Amstrong, percusiones del Africa y también "El cóndor pasa", entre otras). 
Fascinante fotografía de los anillos de Saturno, tomada por Voyager 2

Los encargados de este proyecto no fueron tan ilusos como puede sonar, pero es recomendable desechar los preconceptos. Sin duda las mayores probabilidades descansan en que estos discos no se topen con nada. 

Si se desarrollara el improbable acontecimiento de que alguna de las dos naves fueran detectadas e interceptadas por alguna entidad viviente en la oscuridad espacial tendría que tratarse forzosamente de especímenes con posesión de tecnología por demás avanzada, por lo que allí quedaría resuelto el problema de la lectura de los discos. Está prohibido olvidar que ésta es también una posibilidad.

Pero, por sobre todas las cosas, encuentren o no un receptor, son un testimonio inobjetable de que alguna vez existimos. La casi nula erosión del espacio interestelar le permitirá a las sondas subsistir inalteradas por millones de años, mucho más tiempo que la especie que las creó y lanzó el mensaje. Cada vez más lejos de su lugar de despegue se encontrarán allá, disponibles durante millones de años, al igual que las muestras del Big Bang.
Así son los discos que emprenden el viaje intrestelar

miércoles, 9 de julio de 2014

A modo de presentación

A lo largo de la historia, un sinfín de episodios le restregaron cruelmente a la humanidad que, por mucho que  propenda a ella, la intuición puede no ser el mejor camino para conocer el universo. Toda cosa existente se reviste de dimensiones y procesos de una complejidad que nunca alcanzaremos a abarcar de forma absoluta.
Definitivamente el homo sapiens, el quinto gran simio, es un animal que innatamente se procura conocimiento, una herramienta evolutiva que se desarrolló inicialmente sólo para sobrevivir y escapar del limbo evolutivo. Pero era sólo un pequeño comienzo: aún hoy, el camino del autoconocimiento recién ha comenzado.
En ese marco, no encuentro mejor ocasión que darle una cálida bienvenida a todo aquel que ingrese y lea. Lejos de esperar correspondencia de ideas, lo que más pretendo es que sea un espacio de reflexión, especialmente la que se suscita en el disenso.
Será éste un escenario de información, relato y opinión sobre algunas áreas (para quien escribe) cautivadoras del conocimiento ligadas, sólo por citar ejemplos, a la astronomía y la evolución. Por otra parte, se buscará confeccionar un contexto apropiado, ya que la erudición debiera encontrar un desarrollo pleno en todos los individuos y, querido lector, usted sabrá apreciar que de ese contexto nos separa un océano, por ahora penosamente infranqueable.
Pese a las enseñanzas encarnadas en torno a ideas apócrifas como el geocentrismo o el aislamiento de los humanos respecto de los demás animales, el grueso de la población continúa tendiendo a la superstición ¿Qué forja esta peligrosa coyuntura?


Estableciendo un juicioso determinismo, nunca podrá ser evaluada como síntoma de la voluntad del individuo su propio embrutecimiento, tiene que haber algo que lo empuje a ello. Si fuera de otra manera, la humanidad no podría haber llegado hasta aquí. Está por demás claro si se atiende a uno de nuestros constituyentes más indispensables y generales, inclusive compartido con otros simios, que es ni más ni menos nuestra curiosidad homínida.