La idea de la
evolución en tanto marcha lineal es completamente falsa. El panorama actual (como todo lo que existe) es producto de un sinnúmero de accidentes sin los cuales
el ser humano nunca habría existido. En esta nota se expondrá cómo esta característica se evidencia desde
los albores de la vida compleja.
Detrás de cada escenario hay una secuencia de hechos específicos que dieron un resultado determinado.
Descubrimientos científicos conducen a la conjetura de que una cosa en
particular es lo que es gracias a sus componentes presentes e históricos. Esta
norma puede encender una razonable especulación, explotada en muchas películas
de ficción: cámbiese cualquier acontecimiento, no sólo los más influyentes, del
derrotero evolutivo (o por qué no de la historia moderna), y la coyuntura habrá
de cambiar. Quizá drásticamente.
Sólo a veces (y en
el mejor de los casos), algunos episodios de la vida dejaron migajas que
permiten considerar la sutil interacción de ecosistemas y formas de vida, situados en pasados remotos.
La experiencia indica que si un desbarajuste, o una serie de ellos, en el medio ambiente sobrepasa cierto límite, puede verse inaugurada una fase global de convulsiones.
Una versión extrema de estos períodos de
agitación, geológicamente breves pero devastadores, son conocidos como extinciones masivas. Permanece la meta universal
de la supervivencia, pero los índices se exhiben trastornados e implacables. Es
un gran contraste en comparación con las "armónicas" extinciones de fondo que presentan las
etapas ordinarias.
Estas debacles, bautizadas también como grandes
mortandades, son algo así como un estado de sitio de la biósfera que suspende la
selección natural tal y como se la conoce. La variada gama de adaptaciones y
especializaciones, favorables en el marco en que surgieron, devienen deficientes. Elementos
que para el organismo no eran de gran utilidad pueden ser la llave de la salvación.
Vertiginosamente, la obra de teatro biológica merma de manera profunda. Pero, la vida ha demostrado ser tenaz. Homínida insistirá seguido en este calificativo.
Vertiginosamente, la obra de teatro biológica merma de manera profunda. Pero, la vida ha demostrado ser tenaz. Homínida insistirá seguido en este calificativo.
Superada la fragilidad,
la biósfera logra tímidamente recuperar su vigorosidad, siempre con nuevos
protagonistas. Eso es, a grandes rasgos, lo que sucedió en las cinco extinciones masivas que se han logrado detectar.
No obstante, la destrucción no tiene una sola cara: puede ser también un agente de creación. La última gran crisis fue requisito excluyente para la vigente supremacía del mamífero, que hasta ese entonces no ofrecía más que pequeños insectívoros que sólo podían salir de sus madrigueras bajo el manto de la noche, cuando los gigantes dormían. Estas pequeñas “ratas” no tenían este comportamiento por antojo evolutivo, sino porque debían lidiar con los dinosaurios y sus 160 millones de años de predominio global.
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El pristerognarthus, un extraño animal anterior a los dinosaurios, que convivió con ellos y se extinguió hace 200 millones de años. |
No obstante, la destrucción no tiene una sola cara: puede ser también un agente de creación. La última gran crisis fue requisito excluyente para la vigente supremacía del mamífero, que hasta ese entonces no ofrecía más que pequeños insectívoros que sólo podían salir de sus madrigueras bajo el manto de la noche, cuando los gigantes dormían. Estas pequeñas “ratas” no tenían este comportamiento por antojo evolutivo, sino porque debían lidiar con los dinosaurios y sus 160 millones de años de predominio global.
Pese a que continúa el debate sobre los
factores que intervinieron, hace 65 millones de años comenzó a cambiar el panorama
a raíz de una serie de hechos entre los que destaca la colisión de un gran meteorito
contra la Tierra.
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Purgatorius, antepasado de los mamíferos |
A purgatorius,
tentativo ancestro común de todos los mamíferos (sí, de usted también, querido
lector), no le iba mal antes de ello, pero comenzó a prosperar de una forma
superadora en un ambiente en el cual todo animal grande sucumbía (algo común
en este tipo de crisis globales).
Vuélvase al
presente y apréciese la exuberante variedad de seres vivos: todos son producto
de accidentes y no de un desarrollo lineal. No obstante, hay una maquinal
resistencia a desechar esto porque favorecía la creencia de que el humano era
una instancia inexorable.
Uno de tantos
argumentos que refutan la idea de inevitabilidad humana, está magistralmente disponible
en La vida maravillosa, del paleontólogo Stephen
Jay Gould, donde se narra la crónica de una de las revoluciones intelectuales
más grandes y menospreciadas de la historia, una de ésas que reubicó
drásticamente la posición que se reservaba para el homo sapiens.
Fuera de su campo,
este acontecimiento nunca tuvo ni por asomo la trascendencia que mereció. Y
merece, ya que esta ruptura testimonia el protagonismo de la contingencia en el
desenvolvimiento de la vida a lo largo de su historia. Y la contingencia es
adversaria del propósito, por ende también de casi todas las concepciones
místicas que explotan los temores más primitivos, como no ser el centro de
todas las cosas.
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Columbia Británica, la locación que aloja el invaluable yacimiento |
El libro encuentra su centro geográfico en Burguess Shale, un yacimiento de una época posteriormente cercana a la Explosión Cámbrica,
uno de los capítulos más fascinantes que haya presenciado jamás el
planeta. Esta caldera ubicada en Canadá, otrora sumergida en un
océano, es la más rica en fósiles invertebrados (los de más improbable conservación). Testifica los tiempos en que brotaron de los océanos todos los planes
anatómicos que la vida compleja ostentó alguna vez.
El yacimiento dejó
constancia de los aproximadamente cuarenta diseños que existieron alguna vez.
Han sobrevivido sólo cuatro hasta hoy, incluido el suyo, lector, y el de quien
escribe, que es el de los cordados, definidos principalmente por la presencia
de la espina dorsal.
Resumiendo: el
pico máximo alcanzado por la diversidad (respecto a estos planes, no a
especies) se produjo hace 500 millones de años. La mayoría de esos arquetipos no tardó mucho en desaparecer, situación caracterizada por Gould como “diversificación
temprana y posterior diezmación”.
Sobre esta misma fase temprana, el paleoantropólogo Richard Leakey comentó que si un hipotético plan estructural “no surgió en ese festival de innovaciones, entonces se condenó a estar ausente por toda la eternidad”.
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A la izquierda: el arbitrario y desechado cono de diversidad creciente. A la derecha: el nuevo árbol de la vida, convertido, a la luz de las pruebas, en el arbusto de la vida. |
Avances de este
tipo en el saber debieran gozar de predilección a la hora de la educación
institucional del niño. El aprendizaje será arduo, pero, si es impartido con la
didáctica apropiada, la curiosidad del niño hará el resto. Así se emprendería
el amable avance, teniendo de cómplice al precioso camino que ha recorrido la
vida desde sus orígenes hasta actualidad. Pero el contexto educacional vigente
se diferencia negativamente.
Sucesivamente, el
paso del tiempo ha traído relativos progresos
al saber popular. No obstante, es miserable en contraste con el bagaje disponible.
En la historia moderna a los pueblos se les da, en el más generoso de los
casos, lo menos posible.
Un ejemplo de esto
es la (causalmente) instalada “marcha del progreso”, que expone una fila de
monos que con el paso de los integrantes se van “antropormorfizando” hasta
llegar al homo sapiens actual. Saber que "el hombre desciende del mono”
podrá ser un adelanto en virtud de lo que se concebía hace aproximadamente un
siglo, pero no quita que la imagen y el concepto mismo sean apócrifos. Se está
en presencia, una vez más, de una pretensión ideológica.
La caldera de
Burguess Shale, embajada de la vida compleja recién amanecida, es uno de los muchos argumentos que conspiran contra “la marcha
del progreso”.
Nos encontraremos
nuevamente en la segunda y última entrega de La vida maravillosa.
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