miércoles, 23 de julio de 2014

La vida maravillosa (parte II)



Luego de la primera entrega introductoria, continúese con el amanecer de los organismos complejos como manifestación de la improbabilidad humana…



Transcurrieron casi 60 años entre el descubrimiento de los fósiles de la Explosión Cámbrica alojados en el yacimiento Burguess Shale (1909) y la correcta interpretación de estas joyas (comienzos de los ´70). Esta dilación se debió a que los organismos encontrados desafiaban al paradigma de aquel entonces.

     El descubridor de la caldera, Charles Doolittle Walcott, era ideal para impulsar el sacudón epistemológico por el prestigio del que gozaba en la paleontología. Su status se robusteció con la invaluable caldera. Poseía simultáneamente el apoyo de la comunidad y el descubrimiento concreto, pero sus creencias no le permitieron ver esas novedosas pautas que proponían una ruptura radical y sin retorno con las concepciones de su época.

Hasta 1970, la marcha oficial de la evolución dictaba que lo primitivo, en todos los momentos, daba pie a mayor complejidad y diversificación. Quién hubiera dicho que la ruta descripta por los phyla (algo así como el diseño anatómico de los animales) fue más bien al contrario, de máxima variedad inicial. Y posterior diezmación.

Cada fósil que no encajaba con los modelos fue sistemáticamente reubicado por Walcott en el dominio de los artrópodos (insectos, arácnidos, crustáceos), acción ulteriormente designada como “calzador de Walcott”.

En favor de su figura, hay algo de justificación en que no
Los famosos trilobites fueron muy
numerosos en esa época
dispuso del tiempo necesario para examinar minuciosamente los ejemplares más reveladores (se encontraba al frente de obligaciones institucionales muy demandantes) y aún no estaban disponibles las técnicas que más contribuyeron en la correcta interpretación de esas anatomías inéditas. De todas formas, no se puede soslayar la limitación ideológica. Walcott encontraba comodidad en la comunidad y el relato oficial que él también impartía.

En los anales de Burguess Shale y los primeros pasos de la vida compleja, los mayores aportes de Walcott fueron localizar sus fósiles, hasta entonces muy esquivos, y ocuparse de recolectar los mejor preservados. No es poco. El trabajo de campo se realizó excelentemente. 

En 1970 tomó el timón el irremediable Harry Whittington junto a un distinguido equipo por él elegido, para hacer una revisión de esos extraños “artrópodos” que aguardaban en cajones como símbolo de una revelación postergada. Serían ellos quienes confeccionarían la valiosa reinterpretación de la fauna de Burguess Shale. Stephen Jay Gould describe a Whittington como un “hombre cauteloso y conservador”. No obstante ello, no esquivó lo que se le revelaría luego. Fue muy mesurado en todo momento hasta la hora de declarar que había especímenes que no respetaban los caracteres clave del buen artrópodo. Él poseía la misma visión lineal de Walcott, pero primó la realidad tal cual se le develaba por sobre la que esperaba que fuera.

Si hace 500 millones de años surgieron todos los planes
El frágil Pikaia: ancestro común
de todo animal con
espina dorsal


estructurales existentes alguna vez, lo mismo le cabe al diseño que contiene al homo sapiens, el phyla de los cordados (véase aquel ser vivo con cuerda dorsal, como una de las salientes características). El primer cordado estimado, Pikaia, produce cierta conmoción: cualquier despistado sin duda conjeturaría que se trata de un gusano, como fue clasificado inicialmente. Pero no, es la inauguración de la estructura que centenares de millones de años después trajo una inconcebible variedad de sistemas vivientes.

Las investigaciones arrojaron que Pikaia, de cinco centímetros de largo, no contaba con ninguna clase de ventaja ni tampoco habría sido muy numeroso, que es uno de los aspectos que podrían facilitar la supervivencia de una especie. Simplemente, no se encontraron elementos para evaluar cómo logró subsistir.

Todo esto le atribuye no ya al humano sino a los mamíferos un halo de improbabilidad difícil de rebatir para cualquier defensor del propósito bienaventurado.

En su etapa moderna, la ciencia se ha visto obligada en numerosas ocasiones a conjeturar que la fortuna opera como un factor más determinante de lo que se prestableció alguna vez. No sonaría alocado que esta faceta se potencie en épocas de una severa crisis global, cuando la selección natural queda suprimida.

Whittington  y su equipo no encontraron ninguna ventaja
Anomalocaris, el terror de los mares del Cámbrico
comparativa en Pikaia en contraste con los demás habitantes del ecosistema. Menos que menos con Anomalocaris, el terror de los mares por aquel entonces: llegó a medir un metro de longitud, cuando la mayor parte de la fauna no rebasaba siquiera los diez centímetros. Como si no si fueran suficientes su tamaño y poderío, tenía una excepcional visión que le permitía cazar en aguas turbias. 

La intuición de nadie está capacitada para enfrentar que animales como Anomalocaris hayan andado este mismo planeta. Pero la contingencia jugó en contra de este coloso mientras fue benevolente con Pikaia. Y es por eso que quien escribe redactó este artículo y usted puede leerlo.

No hay ninguna observación microscópica, geológica, astronómica o cosmológica que dé cuenta de un orden plácido e inmutable, más bien al contrario. Denominar caótico al universo de todas formas sería errado. La sensación de caos puede verse motivada por la propia incapacidad del observador. Sería constructivo además no asociar el orden con la planificación, porque es allí cuando irrumpen los fantasiosos y celestiales padres iracundos, presentes en todas las culturas humanas.

Pese a que se desconoce la abrumadora mayoría de todo lo que existe o existió alguna vez, hay un camino evolutivo susceptible de ser dilucidado en alguna medida (distinguiendo etapas de diversificación, de crisis globales, de posterior recuperación de la biósfera, etc), con una gran cantidad de incidentes que han tomado de imprevisto a las más encumbradas especializaciones biológicas y vitupera toda concepción lineal enamorada del designio.

El balance, atiborrado de variables encontradas y muchas 
La Vía Láctea, nuestra galaxia: ¿cuántos
 caminos evolutivos residirán inmersos en ella?
otras ocultas, desprende que, de entre billones de caminos evolutivos residentes en este universo, probablemente no haya dos que se asemejen.

Pikaia y su endeblez son signo de lo incontenible e imprevisible del potencial que aguarda en cualquier animal que disponga de tiempo para diversificarse. Un dato contundente denota la permanencia del enclenque Pikaia como una influencia aún vigente hoy: son algunos de sus herederos los que gobiernan casi todos los ecosistemas.

La vida maravillosa, de Stephen Jay Gould, expone en gran forma los fenómenos contenidos en esta nota y la anterior. Por fuera del libro, la dinámica misma de la realidad hace del título, más que una sugerencia, una razonable conclusión. El calificativo estriba en contrastes profundos, geológicos y cósmicos.

Por mucho rechazo que suscite, esta perspectiva establece como contingencia concreta que la humanidad sea una de las tantas pruebas evolutivas fallidas. La inicua organización económica actual, si bien aún no es concluyente, puede ser un síntoma de ello. 

Así y todo, el título La vida maravillosa no es más que una afirmación muy bien cimentada, fascinante en tanto cierta.


La fauna del post Explosión Cámbrica



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